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martes, 8 de febrero de 2011

INFORMACIÓN MUY IMPORTANTE

ESTE MIERCOLES, ES EL ULTIMO PLAZO QUE TIENEN MIS PEQUEÑINES PARA ENTREGAR EL CUADERNO DE ETICA, AQUELLOS QUE NO ENTREGUEN TIENEN NO
¿Que debe tener este cuaderno?
todas las preguntas que estan en el blog
y el informe de la lectura que se realizo en clase.

y como los quiero tanto, aqui va el cuento, para que aquellos que no escucharon con atencion:

La princesa Anabella y su padre el rey
Había una vez, una princesa llamada Anabella, ella era una niña de inmensa hermosura. Le gustaba caminar durante horas por los pasillos de su hogar contemplando la maravillosa arquitectura del palacio. Miraba maravillada las pinturas de sus antepasados. Lo que más le fascinaba era pasar días en la amplia y vasta biblioteca, leyendo libros de literatura antigua, arte, historia y filosofía, tomando nota, llegando a crear sus propias obras.
La pequeña princesa, vivía en un castillo muy lúgubre y tenebroso, dónde su padre, Carlos XVIII, gobernaba en forma autoritaria, sin permitir diferentes opiniones a las de él y a las de sus seis hijos varones.
Jonás, Sebastián, Óscar, Enrique, Luis y Humberto eran príncipes muy inteligentes que se interesaban en el poder de su padre. Para lograr su aceptación, pasaban días y noches ideando estrategias de guerra que luego eran contadas a su padre para impresionarlo.
La única función que le permitía cumplir Carlos XVIII a su quinta esposa, Catalina IV, era la de tener y educar a sus hijos. Sus anteriores esposas habían sido expulsadas del reino por contradecir a la opinión del rey.
Jolahes, era una ciudad situada sobre una nube, la cual cambiaba de color (blanco, gris o negro) según el estado de ánimo del rey. Esta localidad llevaba esta designación por los nombres de los siete hijos del monarca y su nombre cambiaba a mediada que nacía otro heredero del trono. La población era escasa, poca gente vivía en este lugar, porque preferían bajar de la nube para comenzar una nueva vida, ya que no soportaban la poca libertad que les brindaba el rey
Anabella, al ser la única hija del rey, no poseía la posibilidad de expresar sus pensamientos, sentimientos y sus deleites. Su madre a escondidas, escuchaba sus preocupaciones y le aconsejaba que sea auténtica, y que no modificara su forma de ser por los caprichos de su padre. A la princesa, le era de gran ayuda el apoyo de su madre en sus momentos más difíciles. Pero esto, no impedía que cayera en una gran resignación al saber que su voz nunca tendría valor para el rey, decidió no darse por vencida y esperar que en algún momento aceptaran su forma de pensar.
Cada noche su familia se reunía en la sala-comedor para admirar y comer el maravilloso banquete, llevado a cabo por los sirvientes del castillo. El rey, como todos los días, se sentaba largas horas luego de la cena para hablar con sus seis hijos sobre las nuevas ideas que surgieron con respecto a las batallas.     
Un día, Anabella, cansada del poco respeto que le tenían, decidió, por primera vez en su vida, formar parte de las charlas con su padre. La madre asustada por su decisión le aconsejó acabar con ese pensamiento, ya que no quería que la echaran del reino.
En el momento de sentarse en la mesa, la pequeña princesita, empezó a contarles a sus hermanos lo que había hecho en el día y sus ideales con respecto a las estrategias de guerra que creaban los mismos; su padre al escuchar que su hija había comenzado la charla y que estaba opinando con respecto a un tema que sólo los hombres podían hablar, se había enfurecido y por primera vez la nube que sostenía al castillo se tornó de color rojo, en ese momento Anabella, resignada y un poco asustada, decidió contarle a su padre lo que pensaba con respecto la injusticia que sufrían ella, su madre y todos los habitantes del reino:
-Padre, se que te es difícil entender mi punto de vista, pero esta vez voy a serte franca, desde que tengo conciencia no me haz permitido hablar sobre lo que me gusta ni sobre lo que pienso, tengo 10 años y creo que al igual que tú y todos mis hermanos, tengo el derecho de opinar, no te pido que pienses igual que yo, pero aunque sea déjame contarte lo que hice en el día y….   
Antes de que Anabella terminara de hablar Catalina se paró de su asiento, corrió hacia la punta de la mesada donde se sentaba el rey y arrodillada le imploró a su esposo que pensara bien su decisión antes de tomar una medida extrema.
Carlos al escuchar las palabras de su amada, logró calmarse y las nubes se tornaron de color gris. Anabella pidió permiso para retirarse y fue sollozando a su habitación, pensando en la injusticia y la intolerancia que reinaba en Jolahes.
Esa noche, la princesa, se acostó pensando cómo estaría el pueblo si ella reinara, las cosas serían totalmente diferentes y no habría nadie expulsado por su forma de obrar, ser o pensar.

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